El manuscrito escondido

04.09.2025

Los escritores tenemos miedo de que nos lean. Es tan personal lo que hacemos que las opiniones son incomodan y reflotan todas nuestras inseguridades. Pero dejar los manuscritos escondidos tiene un costo, te cuento cuál fue para mí.

Hace algunos días fue a Concepción y, por supuesto, encontré un evento literario al que asistir. En la librería El lugar aquel, el escritor mexicano Cristian Lagunas dio un pequeño taller de escritura. Fueron dos horas muy enriquecedoras porque, por lo menos para mí, no hay nada mejor que hablar de escritura y libros con otras personas que los aman igual que yo.

Al inicio de la reunión, como suele ocurrir siempre, nos presentamos de forma breve. Éramos unas quince personas. Cada una tenía treinta segundos. Más de la mitad de las presentaciones tenían frases como esta: "Me da miedo mostrar mis escritos", "Escribo mucho, pero no dejo que nadie lo lea", "Lo que escribo me da vergüenza".

Y sí, escribir es similar a despellejarse y quedar en carne viva. Por eso, entiendo la vergüenza. Todos quienes escribimos pasamos por ese período hasta que llega un momento en el que perdemos el pudor.

¿Cómo lo hice yo? Debo confesar que no lo hice del todo. Siempre hay cosas que prefiero esconder. Pero, por mucho tiempo, permanecí totalmente oculta. Guardaba mi manuscrito no solo de mis seres queridos, sino que también de los colegas que podrían darme una opinión valiosa.

Para justificarme, encontré un artículo en un blog (sí, en esa época los blogs estaban muy de moda) que decía que los talleres de escritura eran innecesarios. Que lo único que tenía que hacer un escritor era simplemente sentarse un tiempo determinado todos los días y teclear. Los talleres de escritura solo eran una forma de robarnos tiempo y dinero.

Aparte de esa excusa, tenía otra. Una que me da un poco de pudor confesar. Acá voy: Como escritora novata, tenía miedo de que si iba a un grupo con mi idea "alguien me la podía robar". Ahora lo pienso y me rio de esa yo de hace diez años.

En 2021 autopubliqué mi primer libro. A la luz del tiempo lo miro, lo releo, y entiendo el costo que pagué por mantener mi manuscrito oculto. No es que ya no me guste, claro que hay cosas de esa primera obra que me gustan mucho. Sin embargo, también veo cosas que son mejorables, que quizás un colega pudo notar y ayudarme a cambiar.

Cuando entendí eso, pensé que necesitaba ir a un taller de escritura. Jamás lo había hecho. Tomé el primer taller que encontré en Instagram, el de Donald McLeod, de Imaginistas. Fue una explosión de fuegos artificiales. Descubrí a muchos autores, me conecté con más gente que escribe, hice grandes amigos escritores que conservo hasta el día de hoy. Y como si todo eso fuera poco, mis textos comenzaron a ser más potentes, a decir lo que yo quería y de la forma en que quería hacerlo.

En general, cuando estamos en un taller, hay una ronda de comentarios sobre lo que cada uno escribió. Cada vez que me toca recibirlos a mí, pido que sean incisivos, que total para decirme que el libro está lindo, ya me lo puede decir mi mamá. Es mi forma de avanzar, que otros busquen las debilidades en lo que escribo.

Recibo esos comentarios con gratitud, porque suelen traer las soluciones a esas partes que no logro desentrañar, mostrarme por dónde mi historia hace aguas y, sobre todo, ayudarme a elevarla.

Para terminar, me voy a permitir darte un consejo: busca un lugar seguro donde compartir lo que escribes. Eso de que la escritura es solitaria ya pasó de moda.



© Celeste Busso Escritora Todos los derechos reservados
Fotos por  Angélica Albuquernque
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